martes, 24 de noviembre de 2015

EL MONSTRUO


Recuerda que imaginar es tu trabajo...



Iba cayendo, de eso no hay duda, sus alas estaban atrofiadas, no tenía ni la más mínima de idea de qué era ahora, pero antes había sido una cucaracha, hoy, no lo sabe, puede que haya sido lo mismo, pero antes ¿qué había ocurrido antes? Polvo, manos, risas, no, no era imposible, pero ahora todo venía a su mente, un pequeño lo había encontrado cerca de un bosque de césped, después de haber hecho una gran labor y  esquivado el paso de un alacrán y unas cuantas malditas arañas, malditas, siempre con su estilo de caza, eran espantosas, dentro del camino los terrones le servían para ocultarse y tantear con sus antenas las cosas y el terreno, hace unos días entre el césped, rocas, tapaderas y un tazo, había encontrado un poco de chocolate que le serviría de alimento, él prefería algo más salado que dulce, sus hermanos, ciento trece para ser exactos eran adictos al azúcar y odiaban esa costumbre suya, buscar cosas saladas y enterrarlas entre los mismos pasadizos, entre la colonia no había muchas cosas qué platicar, sólo se escuchaba que a lo lejos, que en el sur, más lejano del Ecuador alguien, un mamífero, una oveja o algo así  había dado cierta dignidad a los animales y que muy por hoy creían en Él, Giumi, era el dios que había ayudado a la oveja a ponerse en dos patas esto le había dado la vuelta a varias colonias y era lo único que se captaba entre los mensajes, entre los pequeños toques una imagen de un ser desmembrado, pequeño y azul se transfería... por primera vez la colonia planeaba cosas, su padre, un cucarachón que no era más que una cucaracha un poco más fornida de tanto comer, le habían crecido ojos y ya no necesitaba las antenas para comunicarse, sin embargo les hablaba por ellas y el mensaje corría por el viento, por nuestras cabezas, pero sí lograba escuchar el ruido, el ruido que salía ahora de una boca, era algo conocido como voz. No tardó mucho para que su promoviera la palabra de Giumi y otros más comenzaron a hablar, comenzaron a tener pláticas, lograron decir lo que pensaban, inventaron un idioma, un dialecto, una historia, no tardó mucho para que un Dios apareciera de entre las cuevas, un Dios inmortal que podría soportar algún tipo de armamento, sí, el nuclear, y la tierra podría darles todo lo necesario para hacer algo así,  y ese era el plan. 
Aunque la cucaracha tanteaba, tenía la posibilidad de ver, desgraciadamente no sirvió de mucho ante los ojos de un huerco con pelos rizado, era blanco y con ojos azules, tenía la ropa sucia, su babero era un hombrecito barbudo brincando hacia un cuadro con un signo interrogativo lo cogió con la mano entera y aplastó, era su fin, lo sabía, pero algo sucedió, alguien más grande llegó.
-¡Por el amor de Dios! Dijo la mujeres gritando de asco –Deja a ese pobre insecto, déjalo en paz- 
Soltó a la cucaracha y esta calló al césped, no moriría hoy, estaba herida, mas no moriría y eso era de gran ayuda, el dolor era lacerante, horrible sentía que el cuerpo le gritaba, pero pronto pasaría, las cucarachas son fuertes. El niño lo cogió y lo lanzó en una botella llena de agua y entonces.
Por un momento la adrenalina lo puso en otro mundo y ahora lo regresaba...
Dentro de la botella había un océano claro y oscuro, podría posarse sobre el agua, lo sabía, la tensión lo podría, y entonces se preparó para el golpe.
La superficie del agua lo engulló y por un segundo se hundió y miró el fondo de ese mar, nunca había sentido tal terror, un millar de ojos lo miraban, fauces hambrientas ya babeaban por él, tentáculos, y la cucaracha salió a la superficie, entre su chapoteo miró a lo lejos una piedra blanca sobre la que podía subir, sí, definitivamente era una pequeña piedra, tal vez una remota posibilidad, entonces nadó y nadó, con toda su fe su fuerza, era posible, la piedra se hacía más grande, no era una piedra era una cosa flotante, y sobre él había alguien... Sintió que algo rozó su pata, pero no lo cogió... Más fuerza, después del dolor insoportable, no sabía de dónde sacaba fuerza pero lo hacía, nadaba más, más, sus patas se transformaban en plomo, o por lo menos eso sintió, su cuerpo absorbía el agua y entonces lo supo, tenía una pata agarrada por algo –Hey, ayú... lo tomó y haló al fondo, y entonces él lo supo, la influencia de Giumi no sólo estaba sobre animales, también sobre insectos y otras cosas. Era incontrovertible. 

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